Hay gente a los que la vida les da limones y se pasan el día amargados, otros con esos mismos limones aprenden a hacer limonada.
Una de esas personas es Babli, con la que tuve la suerte de tener la experiencia más fuerte de mi pasado viaje a India. La encontré un día paseando por Rishikesh. Estaba al final de Laxman Jhula y ya me iba a dar la vuelta porque apenas quedaban casas, pero me dio por continuar. Prácticamente en la última casa había un cartel en el suelo que ponía «Indian cooking classes». Limpiando la entrada estaba una mujer joven, aunque de edad indeterminada a la que le pregunté en qué
consistían las clases. Si hubiera sido europea me habría dado un folleto o dicho la información básica, el precio y los horarios y ya está, pero ella me invitó a sentarme en una mesa y preguntarme que qué es lo que quería aprender, a traerme fotos de sus clientes, todos sonrientes, porque decía que eso es lo que ella buscaba, clientes felices. El caso es que acordé ir a la clase del día siguiente y se lo comenté a un par de compañeros del viaje.
claro como era el resto de la casa (un cuarto de entrada, otro para dormir y comer, y la letrina/baño). En un país con sistema de castas, donde en cualquiera de ellas el eslabón más bajo es la mujer, sin apenas recursos, mi amiga Babli nos abrió las puertas de su casa, la cocina y su corazón. Enseñando recetas sencillas con alimentos básicos, lo que ella y su familia (marido y dos hijos) comían habitualmente, siempre con una sonrisa luminosa en su cara.
Al próximo que me vuelva a decir que no tiene ideas para emprender, que no le dan ayudas, que es todo muy complicado… le enviaré a leer este post.
Tengo la suerte de haber comido en varios de los mejores restaurantes del mundo, El Bulli incluido, y os puedo asegurar que ningún chief sabe cocinar la felicidad como ella. Jamás le darán una estrella michelín, ni creo que sepa lo que son, pero ha sido sin duda la mejor experiencia culinaria de mi vida. Porqué lo hacía con verdadero AMOR.