Hace muchos años, un joven intrépido y valiente tenía un sueño: convertirse en el mejor arquero del mundo.
Para alcanzar su sueño se marcó un importante reto, cazar la luna. Si conseguía atravesar la luna con una de sus flechas, sabía que sería la mejor forma de demostrar que era el mejor arquero del mundo, ya que nunca antes nadie lo había logrado,
Decidido y motivado empezó a practicar. Él mismo se construyó el mejor arco, con la madera de mayor calidad, con la forma más cómoda para lanzar y el diseño más aerodinámico. También fabricó sus propias flechas, que sabía que serían capaces de atravesar la luna sin ninguna dificultad. Tenía muy claro lo que quería, y no dudó en poner todos los medios necesarios para conseguir su objetivo.
Así que todas las noches, cogía su arco, subía a su terraza y cargado de optimismo empezaba a lanzar sus flechas. Noche tras noche, sin descanso, conservando la misma ilusión, con la misma energía y el mismo entusiasmo.
Algunos vecinos empezaron a burlarse de él, criticaban su comportamiento, otros pensaban que estaba loco, pero al arquero le daba exactamente igual. Tenía muy claro su objetivo, se había preparado para conseguirlo y ni el viento, la lluvia o las burlas de sus vecinos iban a impedir que siguiera adelante. Él, inmutable, seguía lanzando sus flechas.
Nunca consiguió cazar la luna, pero sin duda, se convirtió en el mejor arquero del mundo.
Hola Angel,
En esta historia me falta un “para que”… ¿para qué quería ser el mejor arquero del mundo?
No creo que sea motivador saber que quieres ser el mejor si eso no tiene una finalidad que le da sentido, no? ¿Tú cómo lo ves?
Wow, qué buen comentario, Laia! Muchas gracias. Efectivamente el arquero tenía una misión (qué quería ser), pero le faltaba un propósito (para qué quería serlo), ni yo me había fijado, así que tendremos que hablar con él… 🙂